miércoles, 21 de mayo de 2008

Sobre pluralismo moral

Cuatro textos sobre el pluralismo moral para comentar en la sesión de clase del jueves 22 de mayo de 2008

Tomados de: LAMO DE ESPINOSA, Emilio.: Sociedades de cultura, sociedades de ciencia. Ensayos sobre la condición moderna. Ediciones Nobel, Asturias, 1996

1.- Una situación de pluralismo moral
El énfasis en la erosión de los sistemas relativamente monolíticos de creencias clásicas oscurece a veces lo que ha venido a ocupar su lugar: un mercado de creencias parciales y, por regla general, tolerantes unas con otras. Margaret Mead lo vio ya hace años en el seno de la vieja sociedad inglesa de los años 20:

“Nuestros jóvenes confrontan una serie de grupos diferentes que creen en cosas diferentes y defienden prácticas diferentes, y a los cuales puede pertenecer algún pariente o amigo de confianza. Así, el padre de una chica podría ser un presbiterano, imperialista, vegetariano, abstemio, con una fuerte preferencia literaria por Edmund Burke que cree en la libertad de comercio (...) Pero el padre de su madre puede ser un episcopaliano de los Derechos de los Estados y la doctrina Monroe, que lee a Rabelais (...) Su tía es agnóstica, enérgica defensora de los derechos de las mujeres, internacionalista, basa toda su esperanza en el esperanto, adora a Bernbard Shaw (...) Su hermano mayor (...) es un anglocatólico entusiasta de todo lo medieval, que escribe poesía mística (...) El hermano más joven de su madres es un ingeniero, materialista rígido (...) desprecia el arte, cree que la ciencia salvará el mundo (...) De modo –concluye Margaret Mead- que la lista de entusiasmos posibles y compromisos sugestivos, incompatibles unos con otros, es abrumadora”

LAMO DE ESPINOSA, Emilio.: Sociedades de cultura, sociedades de ciencia. Ensayos sobre la condición moderna. Ediciones Nobel, Asturias, 1996, pág. 176


2.- Las consecuencias de dicho pluralismo
Los resultados de este pluralismo social y, por lo tanto, moral son múltiples:

1. "En primer lugar, la fragmentación del yo, reflejo de la fragmentación social. El sujeto interactúa con grupos de diversos, de modo que genera, no una identidad sino una pluralidad de identidades en contraste con conjuntos variados de grupos de referencia. En el contexto social y vital de cada uno de esos grupos (familia, trabajo, aficiones, estudios, grupos de amigos diversos) las exigencias éticas son diferentes, cambiantes, dinámicas. El actor debe ser capaz de integrar todos los otros relevantes con quienes interactúa en una jerarquía ordenada y dinámica que le proporcionen una identidad actual y última. Si no es capaz de efectuar esta suma o agregación de otros relevantes, si no es capaz de integrar en una identidad reflexiva los distintos otros sobre quienes se refleja, se encontrará con serios problemas de identidad, viéndose obligado a bifurcar su personalidad en función del contexto y, en última instancia, a mostrar dobles o triples personalidades. Esa es, en gran medida, la condición post-moderna de la personalidad que refleja la falta de identidad colectiva (la ausencia de otro generalizado) en una falta de identidad psicológica y viceversa.
[…]
4. Por último, surge la ambivalencia moral: “Tenemos que aceptar –escriben
los Mitscherlich- que los sistemas ordenadores del comportamiento humano son múltiples; esta es la coacción histórica a la que hemos de plegarnos”. De modo que la ambivalencia moral, entendida como el sometimiento del actor a normas incompatibles, pero igualmente válidas, pasa a ser la regla y no la excepción. Esto se manifiesta de forma exagerada en la segmentación de audiencias y grupos en aquellos casos en que las exigencias de unos son incompatibles con las de otros, de modo que oculta ante los primeros aquello de lo que se lardea ante los segundos. Pero no hace falta llegar tan lejos, aunque los fenómenos de doble vida comiencen a ser algo frecuente (y de ahí la pasión voyeurista de la prensa amarilla). Basta la pluralidad de interacciones con grupos diversos, El entrecruzamiento de relaciones segmentadas, plurales, contradictorias.
Algunas de esas contradicciones normativas son bien conocidas; así, la existente entre las exigencias de una carrera profesional y las del orden doméstico y familiar, contradicción especialmente virulenta para las mujeres trabajadoras. Y también, la existencia entre orden doméstico, orden laboral y orden productivo, de una parte, y orden lúdico, de diversión, ocio o consumo, de otra, tanto más aguda cuanto más se define la identidad narcisista por el estatus de consumidor y menos por el de trabajador.
En resumen, fragmentación de identidades, distanciamiento, instrumentalización y creación de un yo lábil, difuso, coyuntural, son consecuencias todas de la creciente heterogeneidad social. Pero el resultado es que el relativismo moral, fruto del encuentro del sujeto con una pluralidad de exigencias y expectativas cambiantes, se traduce en una moral de la relatividad, caracterizada doblemente. De una parte, por ser una ética sincrética que, como un puzzle, suma normas y mandatos diversos, extraídos como fragmentos de los grandes depósitos de legitimación ética; las viejas religiones del libro. La moral de la relatividad es sincrética y, por lo tanto, fragmentaria, nada totalizadora, en el extremo incoherente, siempre fluida y cambiante para cada sujeto en el tiempo y en el espacio. Pero, además, la adhesión a unos principios firmes es sustituida por la adhesión a unas reglas de estrategia en virtud de las cuales se actúa según el contexto concreto y específico. La única regla moral que queda es la de ajustarse sin aristas al entorno de expectativas cambiantes, la de no molestar, en definitiva, la buena educación."

LAMO DE ESPINOSA, Emilio.: Sociedades de cultura, sociedades de ciencia. Ensayos sobre la condición moderna. Ediciones Nobel, Asturias, 1996, pág. 179-182

3.- Complejidad extrema, autonomía y vértigo moral.
"Podría pensarse, sin embargo, que estamos ante el triunfo de la colectividad; del grupo sobre el individuo. Y también que ello supone la desmoralización colectiva, la pérdida de relevancia de las exigencias éticas. No hay ni lo uno ni lo otro, y la lectura de la realidad debe manifestar su extrema complejidad. Más que triunfo del grupo es triunfo del individuo que puede con amplia libertad elegir los grupos frente a los cuales crea su identidad; en una sociedad homogénea el sujeto no puede escapar de las exigencias de la totalidad; en una heterogénea puede elegir sus propios dioses o demonios. Pero una vez elegidos no por ello dejan de serlo, de modo que, frente a cada uno de dichos grupos, las exigencias morales pueden ser (y de hecho son) tan rígidas o incluso más que en el pasado. Es más, al disolverse las exigencias morales generales propias del pasado, no pocos sujetos entran en una situación de vértigo moral de la que escapan mediante adhesiones totales a sectas o grupos exigentes y con tendencias omniabarcantes, integristas en el sentido de querer absorber la vida entera de sus miembros. Las sectas urbanas, sagradas o profanas, con sus uniformes, modos de hablar, espacios de reunión, ritos, símbolos, etcétera, son así el sustituto moral para quienes, en otro tiempo, hubieran sentido quizás la tentación de la santidad con sus exigencias totalitarias de ascetismo y entrega total a una fe y a unas rutinas cotidianas."

LAMO DE ESPINOSA, Emilio.: Sociedades de cultura, sociedades de ciencia. Ensayos sobre la condición moderna. Ediciones Nobel, Asturias, 1996, pág. 183

4.- Nuevo pluralismo
"Pero asistimos hoy a la ruptura de ese consenso tácito. Las líneas de frontera entre culturas han sido, hasta los recientes movimientos emigratorios, líneas geográficas. El Mediterráneo, los Balcanes, dividían no sólo naciones sino culturas. La cultura occidental limitaba al este y sur con otras, islámicas u orientales. Hoy asistimos, sin embargo, a la transformación de las fronteras culturales de externas a internas. En la misma ciudad y en el mismo barrio pueden convivir no sólo un episcopaliano, un católico medievalista y un libre pensador, sino un católico integrista, un árabe chiíta, un skin-head fascista, un hindú y un animista. Los viejos melting-pot, como los Estados Unidos, integraban a los recién llegados en la vieja cultura occidental. Los nuevos melting-pot se debaten con la dificultad de hacer convivir culturas diversas.
Este nuevo pluralismo rompe los moldes del viejo. El matrimonio es monógamo, pero ¿vamos a aceptar la poligamia consentida, hoy claramente un delito?. El Consejo de Estado francés ha prohibido a las jóvenes musulmanas acudir a la escuela laica con el velo, argumentando que es un símbolo religioso; pero, ¿acaso no lo es el crucifijo que otras jóvenes llevan al cuello? ¿Vamos a aceptar la ablación de clítoris consentida, hoy un delito de lesiones? ¿Cuáles son los límites de nuestra tolerancia, de nuestro respeto del pluralismo, del derecho a la diferencia? Y viceversa. ¿No generará todo ello una reafirmación de identidad occidental bajo la forma de integrismo moral, marginación y estigmatización del otro? Lo que hoy se percibe es que aquellos marginados de las grandes urbes, cuya única integración en el orden se basa en sus creencias, rechazan con fiereza y violencia ese nuevo pluralismo que les priva por completo de pertenencia e identidad; la marginación social alimenta marginación social. Por el contrario, los bien integrados aceptan con matices el nuevo pluralismo al no sentirse amenazados."

LAMO DE ESPINOSA, Emilio.: Sociedades de cultura, sociedades de ciencia. Ensayos sobre la condición moderna. Ediciones Nobel, Asturias, 1996, pág. 184-185

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